16 de marzo de 2007

ATREZZO

Paul nos ha mandado de compras. Es una de las cosas de mi trabajo que más me gustan: las compras de atrezzo. Que Paul nos pida a nosotras que hagamos las compras es uno de esos detalles por los que le queremos tanto. Confía en nosotras, en Marta y en mí, para cosas que no confía en ninguna otra de sus chicas. Por ejemplo, no duerme con ninguna de ellas, salvo con nosotras, de vez en cuando. Ese es uno de los aspectos en que nos distingue. Otro es el de las compras. Hoy, Marta y yo iremos a comprar atrezzo.

Ha venido un grupo musical americano a dar un concierto. Están de gira por Europa y han escogido esta ciudad para uno de sus tres conciertos en España. Así que vamos a organizarles una fiesta para cuando el concierto, que es el tercero y su despedida de nuestro país, termine. Son gente muy especial y vamos a dedicarles tiempo y esmero. Con gente del espectáculo, tan acostumbrados a fiestas y glamour, hay que currarse mucho hasta el más pequeño detalle, porque ya han visto de todo y se cansan con facilidad. Pero Paul sabe siempre como hacer felices a los clientes. Bueno, y nosotras también. No hay porque ser modestas.

Para estas compras, Paul nos da las tarjetas especiales. Probablemente gastaremos mucho, aunque afortunadamente lo más caro ya lo compramos hace unos meses. Somos socias de Paul del plato fuerte del negocio: las fiestas de estrenos. Es otra muestra de que para él Marta y yo, sus Damas Afligidas, somos especiales. Para poder hacer las fiestas en condiciones, hemos comprado nuestra propia sala de fiestas. Y, como no podía ser de otro modo, el local está en el mismo edificio en que vivo. Es el edificio más fascinante del mundo.

Nos llama así, sus Damas Afligidas, desde la primera fiesta. Un cliente muy importante, o dicho de otro modo, con mucha pasta, nos pidió una fiesta para celebrar un funeral. Es un señor (y lo es, aunque vaya de putas), y cuando su padre murió, siguiendo una especie de tradición familiar, quiso celebrar su defunción con una fiesta de difuntos. Fue nuestro estreno, la primera vez que un cliente pedía algo de tales características y dimensiones. Su padre, el fallecido, era uno de esos empresarios que no salen en las revistas del corazón, de los que amasan enormes fortunas y tienen miles de empleados, pero que viven su vida de modo discreto, es decir, que no sacan pluses vendiendo su vida privada. Paul dice que esos son los ricos de verdad, y los buenos clientes. No solemos hacer negocios con imanes de paparazzi. Nos gusta la discreción, y a nuestros clientes también.

El duelo, como llamamos finalmente a la fiesta, era, al parecer, deseo expreso del fallecido: una fiesta para sus amigos y socios, una docena de ejecutivos, todos más jóvenes que él, todos hombres normales con billeteras extraordinarias. Entre ellos, su hijo mayor. No quería tristeza alrededor de su muerte, o, al menos, no quería sólo tristeza. El funeral tradicional ya había dejado sus lágrimas y pesares bien claros, todo entre los miembros de su familia y allegados. Para sus compañeros y socios, quería otra cosa, pero no cualquier cosa: quería mantener una tradición familiar. Cada vez que el cabeza de la familia y director de la empresa moría, un selecto grupo de ejecutivos de la empresa lo celebraban yéndose de putas.

Ah, sí. Me llamo Marta, y soy puta.

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