17 de marzo de 2007

DUELO

Tres generaciones atrás, el cabeza de familia y de la empresa, en una reunión con sus empleados de mayor rango, a quienes consideraba su círculo íntimo, entre puros, pipas y vasos de coñac, confesó, de muy buen humor, que cuando su padre murió, lo único que logró devolverle el ánimo y centrarle en el trabajo había sido una noche entera de putas. Así, en plural. Putas. Cuantas más, mejor. Por tanto, cuando el muriese, dijo, quería que ellos, sus amigos, y su hijo el primero, celebrasen un duelo de putas. “Iros a una buena casa de citas, reservad la noche entera con todas las chicas, que la empresa os lo pague, y follad por mí. Follad con todas ellas, hasta que no os queden fuerzas. Follad hasta encima de mi ataúd. Sí, llevaos mi ataúd y folláoslas a todas encima de él. Así yo también estaré de putas, con vosotros. Que mi última noche en la tierra sea rodeado de putas y de sexo. Después, podéis quemarme y darle las cenizas a mi viuda.” Así que cuando murió, su hijo mayor y aquellos amigos cogieron el ataúd tras el funeral, a escondidas de la viuda y el resto de la familia, lo llevaron a un afamado burdel y se pasaron la noche bebiendo, fumando y follando.

Al principio les pareció un poco extraño. Una cosa es irse de putas, y otra hacerlo en común. Quien más quien menos había sido cliente alguna vez de ese burdel, o de otra casa de citas. Pero eso de sacarla delante de los otros y follarse a una tía, delante de todos, eso… eso era algo muy diferente. Además, y después ¿qué? ¿Con que cara se mirarían al día siguiente? “Juradme que lo haréis”, les dijo él, y ninguno se atrevió a decirle que no al jefe. Así que pusieron el féretro en medio de la sala principal de la casa de putas, colgaron en la puerta el cartel de “fiesta privada”, y empezaron a beber y a fumar. Bebieron hasta que estuvieron lo suficientemente borrachos como para que el después de no les importara una mierda. El miedo dio paso a la lascivia y el placer de la trasgresión. Y follaron, follaron toda la noche. Follaron juntos, en aquella sala. Follaron borrachos de alcohol y ebrios de deseo. Follaron en los sillones, en las sillas. Follaron en las paredes, en el suelo, follaron en todos los muebles. Follaron varios a la vez a una misma puta, follaron a varias a la vez. Y follaron, por supuesto, encima del cuerpo del difunto. Amanecieron esparcidos por la habitación, desnudos y ahítos. Y se desperezaron sabiendo que el después daba exactamente igual.

Quizás no fuese una noble tradición, pero era la tradición. Había sido cumplida con cada nueva defunción, de manera ritual y precisa. Y en cada ocasión las mismas preguntas, con exactamente las mismas respuestas. Tradición y rito. Un rito para el final de las cosas, y para su inicio. Un rito que se repetía en sus premisas básicas, aunque algunos aspectos cambiasen. El lugar. Las personas. Sin puros ni pipas. Con drogas de diseño. Pero siempre las putas y el féretro. Y el hijo mayor, heredero de la empresa y de la tradición. Quizás no fuese una noble tradición, pero era la tradición.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Veo que le has dado otro empujoncito a esto, me alegro, sigo leyendo.
Un beso